viernes, 5 de diciembre de 2008

Los números de la miseria

Por Nancy Sáez


La realidad cotidiana de los marginados: un futuro con horizonte de hambre, desocupación e indiferencia.


LOS NÚMEROS DE LA MISERIA


Andrajosos y harapientos. Como personajes sacados de un cuento de terror, miseria y espanto, deambulan por el basural con ojos escudriñadores, revisando una y otra vez centímetro a centímetro la superficie henchida de desechos. Son los marginales, los pobres estructurales, los que no ingresarán jamás al sistema de consumo. Sus cuerpos, acostumbrados a buscar tesoros ocultos, han adquirido ya una mala postura, les cuesta mantenerse erguidos.


Parecen ausentes... inmutables. Inmunes al olor nauseabundo que el mar no ha podido barrer con su impregnante y continua brisa.

Son los anfitriones del lugar. Una familia compuesta por un padre, una madre, una hija de 14 años, otra de 12, el nene de 9 años y la benjamina del "hogar" de sólo 5 añitos.

"Hace 8 meses que vivimos acá" , dice María, señalando un rancho ubicado a pocos metros de la entrada. En efecto, un par de chapas agazapadas y algunas maderas de deshecho conforman una guarida que no alcanza a sobresalir el metro y medio de la superficie.

Han finalizado por hoy su labor diaria, dejando a la entrada de "su casa" las bolsas que minutos antes cargaban sobre sus espaldas. Las cuento, efectivamente hay 6.

"Todos trabajamos" -dicen con orgullo.

"A esta hora (las 7 pm.) igual se encuentran cosas útiles. Aunque si venís en la mañana vas a ver mucha gente que recorre el basural. Ahora sólo estamos nosotros. Los que vivimos acá" .

María me tiende la mano y me ofrece una tierna sonrisa. La tomo y le agradezco su gentileza con otra. Está rodeada por sus hijos ahora. Me he convertido en el centro de sus atenciones. El padre -con un poco más de distancia- mira a su esposa y con un movimiento de cabeza la autoriza a hablar.

"Hace 8 meses que vivimos acá -retoma- pero 5 años que tenemos aquel ranchito, ese que está al otro lado del zanjón, fuera de la cerca. Es que antes no "trabajabamos" acá. Pero cuando no hay trabajo afuera, venimos y trabajamos de esto. Al principio no me gustaba, pero ahora me acostumbré."

El trabajo que María menciona con tanta dignidad, consiste en el rejunte de cartones y botellas básicamente, aunque también suelen recolectar caños, cables y materiales de cobre.

El consejo y las políticas sociales

Comodoro Rivadavia es una ciudad que creció entorno al petróleo, al cerro Chenque y a los inmigrantes. Ha sufrido varias crisis económicas desde su formación. Pero las del año 98 y las del 92 fueron las que más la sacudieron.


Con la privatización de YPF se produjo un gran éxodo de población. Muchas familias que habían llegado del norte en busca de trabajo regresaron a sus tierras de origen.

Durante la crisis del petróleo, producida por la baja internacional del crudo en el año 98, se produjo la segunda gran deserción poblacional ya que también varias familias emigraron por falta de trabajo a otras zonas del país.


Sin embargo, a pesar de todo, Comodoro Rivadavia tiene una población de aproximadamente 149.000 habitantes. De los cuales, según datos del Departamento de Estadísticas de la Provincia, más de 35.800 personas "viven" con necesidades básicas insatisfechas.


De esta alarmante estadística se desglosa que la ciudad afronta hoy una elevada tasa de desocupación. El 13 % de la población económicamente activa no tiene trabajo. Y el 24 % vive en la indigencia.


Según informó al Consejo de Representantes, el Secretario de Bienestar Social, "se necesitaría un presupuesto de 4 millones por año para ayudar a la gran masa de carenciados".


Fríos resultan los números y abstractas las estadísticas, pero más frío, he incomparable, resulta vivir en condiciones infrahumanas como las que padecen en carne propia los habitantes del basural.

Son las 6 am de un día lunes, y ya se ven venir por doquier, entre las mesetas que rodean este campo nauseabundo -cercado más por la miseria que por el alambrado que lo delimita- el ejercito de marginales. Avanzan con paso rápido y seguro, sorteando los coirones y matorrales que se interponen en su camino. Algunos vienen solos, otros con sus hijos pequeños.


Muchos de los padres traen montado en sus hombros a los más chicos, mientras las madres vienen a la par de sus hombres con los niños más grandecitos de la mano.

Se apresuran. Tienen que llegar antes del Camión de La Anónima... Antes que otros.

Se acercan los hombres, las gaviotas se alejan por unas horas del territorio...

La brisa marina se conjuga con el amanecer gris del día otoñal. Rostros duros, narices rojas.


El frío cala los huesos, pero ellos parecen no sentirlo... sólo esperan la llegada del camión que les traerá alimentos.



Mientras espera junto a su madre, Germán de 9 años, juega con la parte superior de un robot verde. Era el mismo que tenía entre sus manos ayer domingo.



"mi hijo va a ser mecánico -dice la madre- siempre junta cosas así con cables y ruedas. Por ahí trata de arreglarlas" - lo mira y sonríe.



El niño ya no escucha. Arrodillado en el suelo fabula darle vida al semi robot. Nunca vio uno completo, pero intuye su andar y rápido movimiento de cintura para disparar. Lo monta sobre un par de piernas de muñeca rota y trata de hacerlo caminar mientras con su boca hace onomatopeyas sonoras que intentan darle vida al juguete.

Sus hermanas ríen. Es el mimado. Es el único varón de la familia.


Carlos tiene 68 años, cabello blanco y piel morena. Usa anteojos. Es el jefe de familia "acá vienen muchos hombres grandes como yo...¿y qué van a ser?...a esta edad nadie nos da trabajo porque somos viejos, así que en estos 2 o 3 años hay muchos como yo que vienen a buscar comida " comenta mientras esperamos que aparezca "el camión salvador" .


María dice estar preocupada por la seguridad de sus niños. "cuando llegue el camión vas a ver que los chicos grandecitos y los más chiquitos corren tras el camión para subirse arriba y estar más cerca cuando descarga.

Eso es peligroso porque en el verano un chico murió atropellado por las ruedas del camión. Estuvo como tres horas tirado ahí"- dice señalando un lugar en la tierra.

"Tres madres de familia nos acercamos para estar con él. Yo le toqué la carita...al amigo no lo vimos más por acá, capaz se lo llevó la Municipalidad, no se.." dice resignada. "¡y que le va a hacer!. Yo tampoco puedo decirles a ellos que no corran detrás del camión porque ellos también desean comer alguna fruta, o pan, o un pedazo de carne. Yo no puedo privarles.... pero me da miedo que tengan un accidente " comenta María.

El triste accidente, que María traía al presente para decirme que temía por la seguridad de sus hijos había ocurrido la madrugada del 22 de febrero, en oportunidad en que el vehículo de la firma Clear descargaba residuos orgánicos del supermercado La Anónima.

Fue así como murió Ceferino Andrés Oyarzún. Indudablemente, su vida era más dura que la mayoría de los adolescentes de su edad. El tenía que buscar restos de alimentos para poder comer. "Con tan sólo 14 años de edad, estaba obligado a cargar con la injusticia de una sociedad enferma, levantando sobras para poder vivir." Había publicado el diario Crónica cuando cubrió la nota.


Sobre mi rostro entumecido por la brisa marina se deslizan pequeñas gotas de rocío matinal. María me había advertido el día anterior que aproximadamente 300 personas venían todos los días al basural.


Tal vez sea así... empiezo a contar en forma mental, llego al 120 y me pierdo en la cuenta. Me quedan muchos más, pero no puedo seguir porque no están quietos, caminan, se desplazan en círculo revolviendo una y otra vez los montículos de desechos del día anterior.


Carlos me cuenta que hace aproximadamente un mes vinieron de la municipalidad las asistentes sociales. "yo les pedí un terrenito en el Estella Marys" me dice.


El barrio Estella Marys está ubicado en el extremo sur este de la ciudad. Vive mucha gente pobre allí: jornaleros, gente que trabaja en la construcción y desocupados.


"mis hijos nunca fueron a la escuela y yo quiero que estudien. Que sean otra cosa" afirma Carlos mirando a sus hijos.


Mariela entorna sus ojos, a pesar de sus 12 años es pequeña y parece de 9. Tiene mirada pícara y ojos profundamente negros.


¿Qué te gustaría ser cuando seas grande? - le pregunto.
Ser maestra - me contesta sin dudar.


¿Por qué? -insisto.


Para conocer todo lo que ahora no conozco -contesta.

Siento en mi interior que el rocío pesa mucho más en mis ojos que el más intenso de los temporales. El camión llegó y los anfitriones del lugar ya no están conmigo. Los observo de lejos...están mezclados con otros. Casi no se pueden distinguir entre la muchedumbre. Noto que se empujan, protestan y se miran enojados unos con otros marcando así su presencia.

A lo lejos, se escucha el ruido de un motor. Otro camión se aproxima. Mientras tanto en el cielo, revolotean las gaviotas....

Las políticas de un sistema excluyente

"La Globalización aumentó la brecha entre ricos y pobres" afirmó Henry Kissinger, uno de los diplomáticos más influyentes de este siglo en una entrevista donde analizó los efectos de la globalización en la Argentina y en el mundo.



"El gran desafío -en Argentina- es que toda la población comparta los beneficios que la elite obtuvo con la globalización. Los indicadores pueden ser muy buenos pero al mismo tiempo la situación social de población es negativa" .


En otro plano de análisis, Robert Castel, sociólogo francés, describe en su libro "Les metamorphoses de la question sociale" (1995) las diferencias entre pobreza y marginalidad. "Quien no está fijado a su tarea, generalmente circula, se desplaza, erra en busca de una oportunidad, o se fija de una manera más o menos provisoria a espacios urbanos más degradados.


La condición del marginal "difiere de aquella del pobre que vive en el lugar, en su lugar. Marginalidad no es pobreza. En la mayor parte de los casos, el pobre está integrado. Su existencia no plantea problemas, él es parte del orden del mundo, en cambio el marginal es un extraño, un extranjero."